Cruce de Caminos

Mikel embragaba para primera mientras se lamentaba de la resaca que el sábado le había provocado y aún enseñaba los dientes: “mierda de lunes”.

Tal y como comenzaba la semana el día se avecinaba, más que duro, inhumano. Más valía empezar a atenuar el golpe. Accionó el equipo de música y rompieron a sonar las primeras notas de la versión para piano que Hancock había hecho del Take Five de Brubeck: “eso está mejor”.

Camino de la oficina, todo parecía bailar al compás del Jazz: el ámbar de un semáforo, el bamboleo de un autobús, el zigzag de una vespino adelantando a diestro y siniestro. Había Jazz hasta en el ritmo al que su coche atravesaba los claroscuros que el temprano sol proyectaba, a través de los edificios, sobre la avenida principal.

El efecto se interrumpió súbitamente al advertir como, delante de sus narices, un motorista arrollaba a una señora sobre un paso de peatones.

Caimán sacudió a su dueña como cada mañana. Rosa tardó en incorporarse, todavía le costaba desde que una semana antes su espalda se entendiera con la mesa de la cocina: “maldita suerte la mía”.

Tras un atropellado aseo y un rápido café con leche, agarró la cadena, giró el pomo y vio como su alocado Fox Terrier brincaba sin cesar frente a la puerta del ascensor. A medida que descendían, Rosa recordaba lo que su difunto marido solía decir: “este chucho nos va a enterrar a todos”.

Camino del parque observó como un cachorro de pastor belga corría deslenguado sin que nadie asiera su correa y el dueño, muerto de vergüenza, voceaba tras él sin obtener respuesta alguna: “pobre…”

Rosa seguía observando sin mirar al frente, Caimán tiraba obligando a seguir. De repente sintió un golpe seco.

Raúl cerró el último bar que quedaba abierto en la ciudad. El sol en su cara y el estruendo del tráfico le recordaron que día era: “lunes, joder…llego tarde al curro”

Hacía dos meses que había empezado a trabajar en una fábrica de cerrajería metálica. El empeño de su hermana para que encontrara trabajo se unió a la necesidad de su cuñado de mano de obra barata: “el jo puta ese… un día de estos le meto la cabeza en la prensa… por mis muertos…”

Se colocó el casco en el codo, arrancó su vespino y después de un par de fuertes acelerones para hacerse notar tomó rumbo laboral. El viento en su cara le mejoró el humor. Tanto más cuando se percató de que un perro tránsfuga hacía correr a su amo los quinientos metros obstáculos: “…pringao…”

De pronto algo detuvo, violentamente, su marcha triunfal.

Por Ormuz

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Está claro, lo tuyo es el teatro.
Al año que viene abrimos la Amex al clectivo de dramaturgos.

Un abrazo james