Memorias de Zarza de Montánchez

(Este es un relato de ficción, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia)

Hace calor y aún así duermen abrazados. Su cabeza en su pecho, su mano en su espalda, su brazo rodeando su torso, sus piernas entrelazadas. Sobre el pomposo cabecero de madera cuelga un papel desnudo, sin marco y amarillento por el paso del tiempo. En él se observa una figura de un solo trazo en tinta negra. Un círculo dibujado a mano alzada, con brocha gruesa.

Carretera de Cáceres a la Estación de Medellín, dos días antes del Enso

Juan se inclinaba hacia adelante con el cuerpo, como si la posición de avance de éste ayudara a su vieja furgoneta a superar el repecho de salida de Valdemorales. “Mierda de trasto…”. Ese trasto anciano y débil no entendía porque quien andaba a los mandos podía desesperarse por la parsimonia de su paso cuando ni siquiera existía una cita concertada que premiara la urgencia. Pero la razón de que el joven apretara con fuerza el volante no era el cuándo o el qué sino el quien. El quien era su meta, sin disparo de salida.

La lección recibida en el pueblo a su espalda había disipado todas sus dudas. Esas que te invaden y te acobardan por miedo al rechazo. Esas que te paralizan el cuerpo y te nublan la mente. Esas ya no estaban, Rick se lo había enseñado y Angelita esperaba allí, en Zarza de Montánchez.

Juan había conocido a Angelita hacía más de un año, cuando empezó proyectando películas como “La diligencia” del maestro Ford o “Una tarde en el circo” de los hermanos Marx. Cuando grabó en su memoria el momento preciso en que se enamoró de ella o para ser más exactos el fotograma en que ocurrió todo:

En Zarza celebraban la fiesta del Pan y Queso y la plaza del ayuntamiento se convirtió en una improvisada sala de cine. Fue justo entonces- recordaba -, cuando en la pantalla un valiente aguador hindú moría en el vértice de un templo dorado. El aguador era Gunga Din y, mientras el maquinista se emocionaba por la escena, una chica de pelo y ojos claros le rozó a su paso desprendiendo un embriagador aroma a hierbabuena. No fue un cruce casual, ella había marcado antes al apuesto forastero mientras que para él había sido aquel el primer vistazo. Al día siguiente aprovecharon el jaleo de la nevada Tabúa para escapar lejos de todos. Caminaron sobre el puente romano que salvaba el Tamuja y se cobijaron en la sombra de la gran encina. Juan se lo prometió pero no volvieron a verse después de ese día. Aún así algo de ambos se quedó bajo la Terrona.

Juan rememoraba cada beso tomado entonces para aliviar el camino de llegada a Zarza. Nada más entrar en el pueblo se extrañó por las calles desiertas. Miró su reloj -“las nueve y media…no es tan tarde” - y prosiguió hacia la plaza donde, el año anterior, empezara todo. Allí irrumpió el paso vivo de un joven corpulento.

- Disculpa…

- Perdona chico pero no puedo entretenerme, me esperan – respondió sin parar la marcha.

- Ya, lo entiendo, pero acabo de llegar y busco algún sitio para dormir…-
insistió

- ¿Dormir? ¡Ja, ja! Eso tiene gracia – dijo frenándose – Chico, están todos en las Bolas y hoy es el último día, esto va a durar hasta el amanecer.

- Vaya, no sabía…

- Mira chico, hoy no puedo ayudarte.
- le interrumpió bruscamente – Además tengo un buen presentimiento y todo el tiempo que pierda es dinero que no gano.

- De acuerdo, disculpa.
– zanjó Juan dando la vuelta.

- Escucha… - señaló arrepentido – Como te he dicho hoy no puedo ayudarte pero búscame mañana y veremos que se puede hacer. Aunque si te soy sincero deberías venirte conmigo y probar suerte, ya sabes lo que dicen de los principiantes…

- Gracias, pero estoy un poco cansado y…

- Vale, vale, no insisto… ¡Vaya! ¡Mira que hora es! No puedo entretenerme… Lo dicho chico, pregunta mañana por mí y te invito a un trago, pero no lo hagas temprano, ya me entiendes, ¡je, je! Por cierto me llamo Gorka, Gorka el Vasco.
– dijo alejándose.

Zarza de Montánchez, un día antes del Enso

La mañana amaneció resplandeciente como en pleno verano. Juan había dormido en su viejo trasto y se adentraba de nuevo en el pueblo con la mente clara y el gesto decidido. El primer paso era fácil: preguntar donde vivía Angelita. Al aproximarse a la plaza de la iglesia notó el bullicio que le había faltado el día anterior. La algarabía era provocada por un grupo de niños que gritaban asombrados mientras señalaban hacia el campanario.

Juan izó la vista y contempló pasmado como un saltimbanqui de cabeza rapada hacía malabarismos en la cúspide del edificio. “Me desperté, ¿verdad?” se preguntó. El equilibrista dibujaba sobre el techado figuras casi imposibles de describir. Primero andando sobre las manos, luego manteniéndose en una sola para luego llevarse la punta del pie a la coronilla y más tarde pegando una voltereta fugaz sobre si mismo que le puso en pie, y a salvo, sobre la teja cerámica. La gente aplaudía entregada. “¡Kamamuri, Kamamuri!” chillaban enfervorizados.

De repente, y entre gritos de horror, se precipitó con un salto hacia el lado que quedaba oculto de la Iglesia. Los asistentes corrieron hacia allí temiéndose la tragedia cuando se vieron frenados por la sorprendente reaparición del suicida que rodeaba las traseras y andaba sobre tierra firme con semblante impasible. Después se paró frente a la cruz de la plaza y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. El público comenzó depositar monedas frente a él mientras se mantenía inmóvil. Juan no pudo hacer menos y se sumó a la colecta.

Los demás empezaron entonces a disgregarse, el espectáculo se había terminado. Juan cayó en sí sacudiéndose la hipnosis y aprovechó la aglomeración para buscar una respuesta rápida:

- Perdone, estoy buscando a una chica joven que se llama Angelita – preguntó a una mujer que asía por el antebrazo a un crío revoltoso.

- ¿Angelita? No sé que decirte hijo, aquí hay varias “angelitas”, “ángeles” o “ángelas” ¿sabes? – respondió intentando tranquilizar al niño

- Tiene razón, disculpe. Verá es de mi estatura, pelo castaño claro, blanca de piel…

- Sí, si, ya se a quien te refieres, la casa de los Corrales, está en esa calle de ahí, la de la puerta roja.

Juan anduvo entonces raudo hacia el lugar indicado, se plantó delante de la casa, tomando aire profundamente. Ante sí se levantaba un edificio grande aunque de fachada austera. En su centro se encajaba la mencionada puerta roja bajo un arco de mampostería. A ambos lados, y hasta acabar toda la longitud de la delantera se sucedían ventanas a la altura de un cuerpo. Justo por encima del portón de entrada colgaba una enorme balconera con enrejado de hierro negro cuya puerta de acceso quedaba tapada por una cantidad incontable de macetas de flores y plantas varias.

Juan se acercó con paso firme y golpeó con el puño la madera. Una pequeña portilla se abrió después y en asomando una nariz con ojos preguntó:

- ¿Qué desea? – era una voz femenina.

- Desearía ver a Angelita por favor.

- Ángeles no recibe visita, buenas tardes…-
concluyó cerrando la portilla.

Juan no desesperó y aporreó de nuevo la puerta.

- Mira mocoso, como vuelvas a…

- Por favor escúcheme, he recorrido un largo viaje para poder hablar con ella, sólo necesito un minuto…
- insistió.

De pronto una de las hojas de la puerta roja se abrió. Tras ella apareció una mujer:

- Te repito que Ángeles no recibe visitas. Soy su madre, yo te concedo ese minuto…

Desde luego no fue nunca ese su plan pero después pensó que si conseguía convencer a su madre luego todo sería más fácil:

- Gracias, muchas gracias. Como le iba diciendo he recorrido un largo viaje para ver a su hija y decirle que…que…

- Tu tiempo se acaba hijo
- apremió

- Que estoy enamorado de ella y necesito verla para saber si ella siente algo por mí. – remató atropelladamente.

- Bien, se acabó tu tiempo, ahora me toca a mí.
– poseedora de la palabra cogió impulso para resolver – Angelita, como tu la llamas, está prometida desde hace ya varios meses y esa es toda la respuesta que necesitas tener.

Acto seguido le estampó la puerta en las narices a un Juan descorazonado. “¿Prometida?”. A pesar de haberlo visto rondar por entre sus esperanzas, el rechazo no era una opción que hubiera previsto asimilar. Abatido deshizo el camino andado hasta la plaza de la iglesia dispuesto a desandarlo de nuevo hasta casa.

- ¡Hombre chico! ¡Ya decía yo que no te veía por aquí! – era Gorka el Vasco quien le saludaba junto a su furgoneta – Qué, ¿tomamos ese trago?

- Lo siento pero ahora mismo no me entra ni agua – alegó cabizbajo.

- ¡Pero bueno! ¿Me vas a rechazar una invitación? Eso me huele a mal de amores, ¿hum?- insinuó el Vasco - ¿No se tratará de la chica de los Corrales verdad?- insistió revelador.

Juan le miro con extrañeza, no recordaba haberle confesado el propósito de su llegada. En cualquier caso no había razón para ocultar nada.

- Eso es, has dado en el clavo – admitió el afligido.

- Mal asunto ese, no debe estar muy contenta la pobre…

- ¿Contenta? ¿A que te refieres? ¿Cómo no va a estar contenta? Acaba de prometerse.

- Sí chico, pero por conveniencia. ¿Acaso no sabes que ese matrimonio va a unir a las dos familias con más tierras de toda la comarca?

- No, no lo sabía
– un ligero atisbo de aliento volvió a invadirle, dándole fuerzas para salir corriendo de nuevo hacia aquella puerta roja y dejando con la palabra en la boca a Gorka.

Juan volvió a frenarse ante la puerta, esta vez con más distancia, como cogiendo carrerilla. Cuando se disponía a acercarse de nuevo advirtió como una cabeza se abría paso entre las plantas de la terraza central. “¡Angelita!” la reconoció. En efecto, ahí estaba indicándole silencio con el índice en los labios, para luego hacerle señas hacia un lado de la casa. Juan obedeció de inmediato y se reencontró al fin con su mayor anhelo asomado a una de las ventanas enrejadas que, a pie de calle perforaban la fachada lateral.

- ¿Juan? ¿Eres tú? – preguntó asombrada.

- Sí Angelita, soy Juan. No puedo creer que aún te acuerdes de mí, tengo tanto que contarte…

- Ya escuché antes
– dijo secamente.

- Bueno, ¿y bien?

- ¿Cómo y bien? ¡Me prometiste que volverías!
– le increpó furibunda.

- Y volví, ¿no me ves?

- ¡Ha pasado más de un año Juan! Ya es demasiado tarde.
- dijo con la voz rota.

- ¡No, no digas eso! No es tarde, nunca es tarde. Noto en el tono de tu voz que todavía sientes algo por mí, que todavía te queda algo de lo que vi bajo aquella encina. Yo no me daba cuenta, no lo sabía, pero cada cruce que he tomado desde entonces, cada camino que he recorrido, cada pueblo que he visitado me estaba conduciendo hasta ti…

Angelita miró a Juan entristecida y volvió a meterse en la casa.

- ¡Angelita! Vuelve, por favor – Juan gritó impotente, agarrado a las rejas de la ventana y esperó en vano.

Esta vez sí, era la vencida. El joven ya sin fuerzas volvió sin levantar la vista del suelo para arrancar y salir de la misma forma que había entrado, sin ella.

Entonces, como si el sol se hubiera puesto de acuerdo con él surgió la noche y llegando a la carretera de Cáceres-Miajadas distinguió una antigua edificación en ruinas, sin techumbre, la ermita de San Salvador. “Aquí me quedo” decidió.

Ermita de San Salvador, el Enso

Juan se levantó temprano, el repiqueteo de un aguacero inoportuno había desvelado el paupérrimo sueño que había aprovechado esa noche. “Perfecto y ahora llueve” se lamentó. Arrancó metiendo primera y pisó el acelerador al mismo ritmo que la furgoneta se hundía. Asomó la cabeza por la ventanilla y descubrió la razón: Había aparcado sobre un banco de arena.

Juan comenzó, calado bajo la lluvia, a buscar alguna piedra o tabla que le ayudase a salir del apuro. Al doblar una esquina vio que allí había alguien más. Le reconoció en seguida, era Kamamuri, el equilibrista de Zarza de Montánchez. Otra vez impertérrito, con las piernas cruzadas, sentado frente a una pared de piedra, empapado y embarrado.

- ¿Se encuentra bien? – Juan trató de comunicarse pero fue inútil. Kamamuri permanecía quieto y en silencio, sin embargo hizo un último intento – Tengo mi furgoneta ahí detrás por si desea cobijarse – otro fiasco.

“Pues yo si me voy adentro, hasta que esto pare un poco”, se dijo.

Dos horas más tarde sonaron unos golpes acompasados en la chapa del vehículo. Era el impávido pidiendo entrada: “Oh, pase, pase”. Kamamuri entró mudo aún, observante de su alrededor, escrutando cada centímetro del interior.

- No es gran cosa pero al menos estaremos a cubierto – Juan no obtuvo respuesta, su nuevo inquilino simplemente se sentó mientras le observaba ahora a él. - ¿Tiene apetito? Seguro que sí, sólo tengo algo de queso, no es mucho pero menos da una piedra.

- ¿Menos?

Emocionado por escuchar sus primeras palabras Juan se apresuró en contestar:

- Si, menos… Sólo es una frase hecha.

- Entonces tú no crees que piedra da menos que queso, ¿o sí?- presionó.

- No sé…Ssupongo que si estoy de acuerdo: Una piedra da menos que un queso.

- Ahhh! Supones… entonces no muy seguro ¿eh? ¿Tú conoces Boddidharma?

- No, no conozco, ¿qué es? ¿Una clase de queso?

- ¿Queso? ¡Queso! ¡No queso! Tú presta atención…

El enfurecido Kamamuri resultaba tan irreconocible que más que violentarse por su actitud a Juan le pareció una escena digna de comedia. “Perdona, continúa por favor” le dijo reconciliador.

- Boddidharma – continuó más calmo – fue Maestro Buda. El contempló inmóvil roca por más de nueve años hasta que fusionó con piedra. Forma parte de ella.

Después Kamamuri sentenció con una amplia sonrisa triunfal en su rostro:

- Ahora: Quién da más: Piedra o Queso, ¿eh?, ¿eh? ¡je, je, je!... ¿No crees lo que yo cuento? – preguntó el jocoso al ver la cara de incredulidad de Juan.

- Me cuesta la verdad.

- Entiendo, no problema, tú digiere bien, tú buen corazón.

Durante una breve pausa interlocutora, Juan reparó en su peculiar vestimenta. Debajo del barro y la suciedad, vestía una especie de hábito ancho monocolor gris perla.

- ¿Qué eres un mago? – le preguntó directo.

- ¿Mago? No, no, tú no escuchas bien. Yo monje, monje Buda… Pero… ¿Tú gusta la magia? ¿Quieres ver truco?

- Claro porque no, no tenemos nada mejor que hacer hasta que escampe.

Muy lentamente Kamamuri rebuscó dentro de su traje y sacó tres objetos con una sola mano. Una brocha, un pequeño cilindro de madera y un rollo de papel blanco. Luego adoptó con su cuerpo la postura de las piernas cruzadas, después extendió el papel frente a él, a continuación abrió el cilindro colocándolo a su diestra y por último tomó la brocha con la derecha introduciéndola en el bote para que se impregnara de la pintura que contenía. Después cerró los ojos y permaneció quieto durante unos minutos.

De repente, y cuando Juan empezaba a impacientarse, desplegó sus párpados, miró el papel y realizó sobre él un rápido movimiento. Luego, habiendo envuelto la brocha en tela negra y guardado el cilindro, cogió el pergamino y se lo dio a Juan.

- Enso – pronunció el monje.

- ¿Enso? ¿Qué es Enso? – preguntó Juan mientras examinaba el dibujo. “Es un círculo” se confirmó así mismo.

- Enso es círculo Zen, reflejo de la espiritualidad y la fuerza que hay dentro nosotros.

- Bonito, de verdad, muy bonito, pero ¿dónde está el truco?

- Quizá pueda ayudarte a recuperar el vacío que hay en ti
– declaró Kamamuri.

- ¿Vacío? ¿Y cómo va a hacer eso un dibujo sobre un papel?

- Una vez un maestro Zen dijo: "Pensar sobre lo que es esto y después entenderlo es la segunda mejor cosa; no pensar sobre eso y entenderlo es la tercera mejor cosa."

- ¿Y la primera mejor cosa? – volvió a preguntar el joven Juan.

- ¡Ah! No llueve más – advirtió Kamamuri saliendo apresurado al exterior.

Juan fue tras él todavía confuso:

- ¡Monje! ¡Espera!

Pero el monje no esperó, había desaparecido. Juan se sonrió al ver el sol abrirse paso entre las nubes. “Buen truco si señor, buen truco”.

Aquella experiencia le infundió nuevas fuerzas. Tenía que volver a Zarza y recuperar el amor de su vida, estaba convencido de ello. Así es que después de desencallar la furgoneta del lodo volvió a adentrarse en la población y allí, en medio de la calle Montánchez, esperaba sola Angelita.

- ¿Subes? – le preguntó Juan.

- Antes respóndeme a algo – y Angelita le expuso: “¿Por qué has vuelto?”

Y Juan respondió entonces clarividente:

- Por la primera mejor cosa.

FIN

Por Ormuz.


Publicado en la Edición de Verano ´08 de "SIERRA Y LLANO". Periódico de la Comarca de Montanchez y Tamuja

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