La razón de Garfield

Lunes y no empiezo bien: se ha jodido la caldera y toca ducha fría; el café toma vida propia atragantándome y, como preso en busca de la libertad, se fuga por la vía nasal.

Llegando al trabajo, consigo aparcar a menos de 100 metros de la puerta de la oficina. "Bueno, menos mal que me sale algo en condiciones" pienso. Sin embargo vuelvo a cambiar de estado de ánimo al abrir la puerta y hundir, en mi primer paso, el pie izquierdo en un charco creado por la avería del circuito de aguas fecales de la zona.

En el trabajo me toca solucionar un marrón delegado en mí por el jefe que no termino de solucionar y queda pendiente para el martes, "Esta noche no duermo tranquilo" me digo.

Cuando termina la jornada laboral vuelvo a casa y tardo una hora, de reloj, en aparcar. En estas, ya voy dispuesto a encerrarme en la habitación y ponerme a todo trapo el Automatic for the People de REM con la esperanza de que cuando suene "Everybody Hurts" me entren ganas de suicidarme y me corte las venas.

Antes de quitar la llave del contacto siento unos golpes en la ventanilla. Es una desconocida, bastante guapa por cierto. Joven, morena, delgada, pelo recogido y una sonrisa que encandila.

Acciono el elevalunas eléctrico y le pregunto que quiere. Ella no habla, sólo me muestra un papel donde reza "ASOCIACIÓN DE DISCAPACITADOS POR UN LUGAR DE REUNIÓN. DONATIVO: LA VOLUNTAD". Firmo y le doy 10 €.

Entonces ella se agacha y coloca su mejilla señalándola con el dedo índice, es su manera de agradecerlo. Tímido le doy un beso y no me atrevo a devolverle las gracias con la palabra por temor a que no me oiga. Símplemente sonrio y me responde de la misma manera al tiempo que se marcha.

Me han arreglado el día. Podría ser un timo, lo sé, pero tal y como se sucedían los acontecimientos si me hubiera ofrecido su suave mejilla antes del donativo le hubiera dado hasta el alma.

Por Ormuz

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