La vida de Tina (r)

- Bésame.

- No, y no vuelvas a pedírmelo.

Tina se incorpora de la cama y se sienta en el borde. Él se tiende sobre el costado y le insiste mientras le acaricia la espalda desnuda.

- ¿Por qué? Bésame…

- Para ya no seas pesado...

Él eleva su tronco para mantenerse sentado. Ella se levanta renunciando al colchón. El ventilador de techo sigue girando y Tina dirige su cara hacia el viento que la alborota; se siente mejor por un instante. Recoge el sujetador del suelo y se lo coloca mientras camina hacia el servicio de la habitación.


Ése, el sujetador, es la única prenda que viste y ése, el servicio donde se adentra, carece de puerta que lo aísle, ambos están al descubierto. Él puede observar aún desde la cama como ella se sienta en el bidé y se lava la entrepierna.

¿No tienes nada que decir? – presiona sin lograr respuesta alguna: Ella se empeña en su higiene – Escúchame, puedo sacarte de aquí, puedo darte una vida mejor.

Tina sonríe para sí mientras se seca con una toalla de mano. “Una vida mejor” se dice, “una vida mejor” se repite. De pronto, y desinhibida de su facha laboral, se acerca aún semidesnuda y se planta frente al obstinado cabezota. Él no puede dejar de mirar su vello púbico aún húmedo. Ella le gira la cara hacia arriba, con el dedo en la barbilla:

Escucha cariño, y escucha con atención por que no pienso repetirlo más veces: Tú podrás pedirme que te haga lo que quieras con esa mierda que tienes ahí colgando pero nunca, nunca se te ocurra volver a ofrecerme una vida mejor. Que puedas llamarme puta no te da derecho a menospreciarme.

Orgullosa, se gira y tapa su sexo saliendo de la habitación. No vuelve la mirada, no se viste con nada más, simplemente cierra tras de sí con contundencia. Al otro lado de la puerta repara en que pisa descalza, que se quedó adentro los zapatos de tacón color hueso. No volverá a por ellos: “Bah, tanto da…” 

Descubierta, baja las escaleras hacia el bar, de puntillas para no perder la compostura. En el descenso le viene a la cabeza la imagen de la Montiel y su alta barbilla, y los años en que por pura admiración a la vedette, llegó a Madrid persiguiendo un sueño. Casi quince años después, con cuarenta y pocos a las espaldas, aquello quedaba tan lejano que a veces no podía discernir cuanto de real había en sus recuerdos y cuanto de lo que ella prefería recordar.

Tina regresa al mundo real cuando llega a la barra. Se sienta en un taburete y le pide un cigarrillo a Sarai que aprovecha un descanso para hacer lo propio: “Claro cielo, toma…”

Javito cariño, ponme un Daniel´s con hielo – requiere después al camarero

¿A estas horas? Acuérdate de la última vez que empezaste así.

No estoy para sermones guapo, pónmelo y calla – Tina le planta un billete de cinco en la barra y vuelve la cabeza hacia otro lado sentenciando la comanda.

Vaya, no estamos de muy buen humor… - apuntilla Sarai.

Se me pasa enseguida. Siempre hay alguno que tiene que venir a hacer de superhéroe… – Tina agarra el vaso servido y lo vacía de un solo trago, después le brinda a su compañera una amplia sonrisa mientras una gota de alcohol le resbala por el mentón - ¿ves? Ya estoy mucho mejor…- confirma con énfasis.

Sí, se te nota. – contesta Sarai condescendiente - Pero, ¿que quería tu Superman? – le pregunta curiosa.

- Pues…

Tina desvía su mirada de nuevo al camarero y le señala el vaso vacío. Javito vierte de nuevo la botella de whisky resignado.

Pues… - continúa Tina mientras mide hasta dónde llena su copa Javito -, lo de siempre, vienen a salvarte de todo y darte una vida mejor…

Sarai se sonríe, pega la última calada hasta prender el filtro y tira el pito al suelo con desdén.

Yo acepté una vez esa proposición – continúa

Y qué, ¿funcionó? – le pregunta Tina con ironía

Bueno…yo antes trabajaba detrás de esta barra en lugar de estar aquí fuera.

Por Ormuz.

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