La desgracia del fotógrafo (III/V)

"Vaya careto, así no puedo ir". Maca palpaba su cara intentando reconocerse frente al espejo, con los ojos empañados en alcohol, preguntándose una y otra vez porqué había aceptado esa extraña propuesta. La resaca no le dejaba pensar con claridad. "Por partes Macarena, primero reponte y luego ya veremos".

Pau despertó de un profundo letargo. Durante unos segundos procuró recordar, tenía la sensación de haber soñado con algo bello que inevitablemente se iba dispersando. El tono de su móvil truncó cualquier esperanza de rescatarlo volviéndole a la realidad.

- ¿Sí? Hola Manu, dime… ¿En serio? Perfecto… En el estudio a las doce, allí estaré.

Tras una coctelera de cafeína e ibuprofeno, Maca derramó su cuerpo menudo en la bañera y no lo expulsó de allí hasta que hubo tomado una decisión: No dejaría escapar esa oportunidad. ¿Modelo de un fotógrafo reconocido? ¿Cuál era el problema? "Ya he posado desnuda otras veces, esto no será tan distinto".

- ¿Quién era? – Jess se giró hacia Pau que ya se embutía en su ropa.

- Era Manu, tengo que hacer un trabajo, sigue durmiendo

El fotógrafo la miró por última vez antes de abandonar el dormitorio, lastimándose de su propia conciencia. Mientras se alejaba, el pasillo hacia el ascensor se estrechaba prolongando la lucha. "Seguro que lo entiende, sólo tengo que encontrar la manera adecuada de decírselo, la manera adecuada, la manera…", se repetía una y otra vez. Aturdido, halló fuerzas, respiró hondo y salió del edificio: "¡Taxi!"

A Maca le encantaba husmear en la cotidianeidad de los viajeros del metro. En frente, un señor mayor luchando con su cuello para mantener la cabeza erguida que se vencía por el sueño; a su izquierda, un ejecutivo que leía con frialdad las páginas salmón del periódico; y en el fondo del vagón, un grupo de universitarios que planeaban como franquear la hora de Historia Antigua en la cafetería de la facultad. "Para eso mejor ni molestarse en ir" se dijo con una sonrisa tapada.

Nada más insertar la llave del estudio, Pau se reencontró con un hormigueo que aún reconocía: la emoción de algo nuevo.

- ¿Abres o esperamos un rato más? - una voz femenina le percató de su inmovilidad.

- ¡Oh!, lo siento, estaba…

- En las nubes, tranquilo. Me llamo Macarena. Vengo para la sesión de fotos.

- ¡Si claro! Encantado, y perdóname, estoy algo dormido aún. Pasa, por favor.

Pau caminaba tras ella observando como se movía el vuelo de su falda al ritmo de su media melena rizada. "¿Pelirroja natural?" se preguntó, "Tanto da hombre, cálmate".

- Bueno, supongo que te habrán explicado…

- Sí, sí, estoy al tanto – Maca no paraba de escrutar la estancia, evitaba mirar a quien, momentos más tarde, iba a ser testigo de su más profunda intimidad.

- Macarena mírame. – espetó Pau para atraer su atención - Entiendo lo violento de la situación. Quiero que sepas que esto es un trabajo artístico y que, en caso de que no te sientas cómoda, paramos y a otra cosa. Podemos plantearlo como una sesión de fotos cualquiera y vemos como te vas sintiendo.

Maca asintió con la cabeza y soltó el bolso sobre el diván solitario del centro de la sala. "¡Bien! ¿Empezamos?", exclamó con decisión. "Empezamos" contestó Pau.

Ella comenzó tirando de repertorio: pose por aquí, pose por allá, ahora una mirada perdida, luego un gesto altivo. No en vano acumulaba más de un año de experiencia trabajando como modelo de estudio que, justamente, era lo que disgustaba al fotógrafo: "Demasiado artificial".

Pese a ello, siguió activando su cámara dejándola actuar a su aire. Poco a poco, la modelo fue olvidándose de sus vicios, arrinconando sus miedos. El mutismo de Pau cedía paso al eco del obturador que terminó por envolverla en una atmósfera en la que se sentía flotar.

Él quiso premiarla con una voz de aliento, pero aplacó su emoción al comprender que Maca ya no estaba allí. Se había transportado otro lugar. Quizá expuesta sobre una cama gigante, con sábanas de satén rojo, en los brazos de un amante ardiente que satisfacía sus deseos más ocultos. Mientras, Pau presenciaba como se tendía sobre el diván y concentraba sus manos por debajo de la falda.

El fotógrafo no daba crédito, ella estaba entregándose por completo, sin complejos, sin trampas, con toda su alma, con todo su cuerpo. Él giraba a su alrededor y, por un momento, creyó advertir que el resto de la habitación también lo hacía. El estudio se estaba convirtiendo en un espacio indomable donde todo sucedía a una velocidad vertiginosa. Pau tuvo que respirar hondo para oxigenar su cabeza que empezaba a desmarcarse de la calma que se prometió iba a mantener poco antes.

De repente, Maca se detuvo con un último gemido agudo y prolongado. Durante unos minutos se mantuvo quieta y en silencio, tumbada en el diván, medio desnuda. Pau se quedó paralizado. El silencio en la sala era absoluto. Él seguía observando extasiado, pero ya no lo hacía a través del objetivo de su cámara, sino por encima de él.

(Continuará...)

Por Ormuz

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