La desgracia del Artista

Mario Franco era un escritor joven. Tenía treinta años y Corchado, su editor, tenía grandes esperanzas puestas en él. Había publicado dos novelas de respetable éxito comercial y crítico: "Cartas de Contrabando" y "Gritos Encadenados".

- Escucha Mario: "Gritos Encadenados se desenvuelve dentro de una lírica próxima a las profundidades de Kafka pero guardando un increíble y casi imposible equilibrio con la fresca narrativa de Bennedetti y los grandes escritores americanos de best-sellers históricos o de novela negra". ¿Increíble verdad? -
La satisfacción de Corchado se reflejaba en como estiraba el periódico, en la firmeza de su cuello estirado, en cada fumarada que extraía de su pipa recién estenada.

Mario removía el café insistentemente mientras escudriñaba el despertar urbano. No soportaba que ese proyecto de escritor frustrado irrumpiera cada mañana en el Café que había establecido como refugio matutino desde que llegó a Madrid.

- Déjame ver… - contestó mientras le arrancaba el diario bruscamente.

Después de un vistazo rabioso, espetó lanzándolo al suelo:

- Gilipolleces, encima querrá que le bese el culo la próxima vez que me lo cruce. Además, no tiene ni puta idea de escribir: cuarenta palabras seguidas sin una triste coma.

Volvió la vista de nuevo en dirección a la calle y continuó meneando el cortado.

Corchado se levantó del asiento, recuperó la publicación, la doblo con cuidado y la soltó encima de la mesa junto con un billete bermellón.

- Hoy invito yo, y al sol y sombra de después también. Tengo que irme, mañana nos vemos.

- Estoy hasta los cojones de verte el careto todos los días, hazme un favor y no vuelvas por aquí – Mario pronunció estas palabras sin mirarle.

El hombre de la pipa se quedó inmóvil. Conocía muy bien a Mario y sabía que determinados estados debían ignorarse deliberadamente.

- De acuerdo, como tu quieras. Por cierto, ¿Cómo llevas el libro?

- No hay libro.

- ¿No hay libro? Mario han pasado más de cuatro meses desde que publicaste Gritos Encadenados, tienes que ponerte a trabajar.


- Me pondré cuando me salga, además ahora estoy con otras cosas…
- ¿Cosas?¿Que Cosas?

- He conocido a alguien…

Corchado no pudo evitar la carcajada. Entre bufido y bufido, colgó la gabardina en un brazo y tomó el maletín.

- Bien, bien, eso está bien. Folla todo lo que puedas, eso relaja, te despeja la mente. Pero ponte a trabajar ya mismo – Se dio la vuelta y dirigió sus pasos hacia la salida.

- Corchado.
Éste se dio la vuelta y quieto, desde la distancia, escuchó pronunciar a Mario:
- Vete a la mierda.

Por Ormuz




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