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Y así, cuando la lucha hubo terminado, se lamieron las heridas el uno al otro. 

Quizá sólo fuera una tregua temporal, de esas en las que tus aliados del presente son los enemigos del futuro pero tanto daba. Tenían los huesos molidos y un respiro sentaba bien a cualquiera.

Y así —entre avances, pausas y retrocesos— iban gastando los días:  Ninguno vencía, ninguno se sometía.

Quizá fueran conscientes de que, por desgracia, si alguno de los dos ganaba todo estaba perdido.

Por Ormuz

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