La desgracia del fotógrafo (I/V)

- Eso es, buen encuadre. Dibuja un rectángulo: sobre la arista derecha tienes el Castaño de Indias que tapa parte de la fuente central, y en el extremo opuesto inferior un banco desocupado cubierto por hojas secas. Despacio, no tengas prisa, ese pequeño remolino cada vez se acerca más, casi está… ¡clic, clic, clic, clic, clic! -.

"¡Ja!" exclamó Pau con el puño en alto, había lanzado su ráfaga en el momento oportuno. Ese remolino levantó las hojas sobre el banco dibujando una escena efímera e irrepetible, casi imposible de captar.

A pesar de conseguir la pieza, el fotógrafo mantenía aún la tensión, todavía no estaba completo. Guardó la cámara en su funda, aceleró el paso camino a casa y se internó en la boca de metro. Estación tras estación se acrecentaba el nerviosismo. Abrió la puerta del vagón, avanzó sorteando a la marabunta que, en oposición a él, corría a coger el tren que ya dejaba atrás, subió los peldaños de la salida del metro a pares, abrió el portal de su casa, presionó compulsivamente el botón del ascensor, taloneó insistente en la subida, giró la llave bruscamente y entró directo a la habitación de revelado.

Cuando se apagó la luz roja y salió del cuarto sujetaba con ambas manos el resultado final sin enmarcar. Caminó hacia el salón y posó la obra sobre la chimenea alejándose lentamente, de espaldas. Descorchó una botella de vino tinto y tras volcarlo en una copa ocupó el sofá con las piernas sobre la mesa de centro.

Jess apareció una hora más tarde. Nada más atravesar la puerta soltó el maletín para descalzarse apresuradamente. La sensación de alivio le hizo olvidar de golpe una jornada agotadora. Tanto más cuando se desabrochó el chaleco y liberó su cabello del yugo de un competente coletero. Así se plantó tras Pau, descargada y en silencio, sin decir nada. Sólo posó sus manos abiertas en el pecho de él mientras los dos observaban la fotografía. Ella inclinó ligeramente la cabeza hacia la izquierda como solía hacer cada vez que prestaba especial atención a algo.

- ¿La última? – preguntó Jess sin apartar la vista.

- Puede. "Veinte como mínimo", eso me dijeron. Además, ya estoy cansado de esto, necesito un cambio– contestó agarrando su mano para sentarla a su lado.

- Me gusta – remarcó ella tomando un sorbo de la copa de Pau.

- ¿La fotografía o el vino?

Tras una sonrisa, giró su mirada hacia él y, mordiéndose el labio inferior, le contestó en voz baja y al oído:

- El vino me agrada, la fotografía me encanta y tú me vuelves loca.

Él intentó besarla pero ella se apartó levantándose del sofá para desvestirse. Lo hizo muy despacio y de espaldas, doblando la ropa a medida que se la quitaba. Jess era una mujer morena de piel, pelo y ojos, racial, voluptuosa. Desnuda, se acercó a Pau, le tumbó sobre el sofá y le inmovilizó entre sus piernas. Empezó a moverse incrementando la frecuencia suavemente. Pau observaba su rostro y se deleitaba al ver como se le iban enrojeciendo las mejillas, la progresiva hinchazón de sus labios, el brillo de sus ojos. Deseó tener una cámara a mano, parar el tiempo y fotografiarla, era todo un espectáculo. Sin embargo se dejó llevar, frenar era sencillamente imposible.

Exhaustos, permanecieron uno al lado del otro. Pau pensó que había encontrado una nueva meta, un nuevo reto: retratos de mujeres sumergidas en el momento más álgido del éxtasis, enajenadas, expuestas.

Mascó la idea mientras le acariciaba el pelo. Se felicitó por la visión y se prometió llevarla a cabo, pero no se lo confesó a Jess. "No por ahora".

Por Ormuz

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