Azul (una historia de Navarro)

A cámara lenta y con el corazón suspendido en un pálpito.

Así observaba Koko una de las escenas más esperpénticas que podría recordar nunca: Una casa opulenta llena de maleantes que se deshacían de sus armas sembrando el suelo de hierro antes de que el grupo de asalto de la policía, tras derribar la puerta principal con el ariete, les pudiera detener y acusar de posesión ilegal de armas.

Al fondo, un reducido grupo retiraba atropelladamente al jefe de la estancia mientras una hermosa mujer vestida de azul soltaba una sonora carcajada al escuchar lo que un personaje andrógino le susurraba al oído. 

20 minutos antes...

- El patrón sí que sabe montar una buena fiesta, ¿verdad Navarro?

- Es un funeral Koko...

- Ya,ya... ¡canapés! Ahora te veo...

El espigado, pelirrojo y hambriento Koko interrumpió el diálogo internándose raudo entre la multitud, sin mediar saludos ni perdones, y apartando a quien se interponía entre él y su meta en bocaditos.

Entonces, en su repentina soledad, Navarro aprovechó para barrer la sala con la mirada y verificar el argumento de su voraz amigo. El bullicio,los tintineos de copas, el humo, los abrazos y las carcajadas eran más propios del Club Angelo -de moda en la ciudad y propiedad del jefe- que de un entierro cualquiera.

Pero así eran las cosas en La Guardia, nada era lo que parecía y lo que parecía era sólo pura fachada. 

Navarro únicamente advirtió una imagen que distorsionaba del resto, quizá la única que tuviera sentido en aquella burda pantomima.

Una mujer con vestido rigurosamente negro clavaba su enrojecida y perdida mirada en el piso tal vez acongojada o tal vez triste por la pérdida de su marido. Sin embargo lo que Navarro descubrió en su facha al enfocarla con más atención fue algo bien distinto: miedo, puro miedo, o incluso más que eso, pavor.

La verdadera historia que no se escondía era la del que reposaba dentro de aquella solemne caja de pino: Míquel alias el Pulga.

El Pulga, junto con Navarro, había sido uno de los matones más temidos de la corporación- calificativo con el que el patrón denominaba a su organización delictiva - y eso a pesar de que su mote no guardaba ninguna ironía: Poco más de metro y medio podrían no amedrantar al más pintado, pero pobre del ignorante que hubiera osado burlarse de uno de los sociópatas más violentos que nadie conocería jamás en La Guardia.

Por eso su función dentro de la corporación era la idónea a sus cualidades: el departamento de cobros.

Con todo, y además de violento, el Pulga era tremendamente avaricioso. El paso del tiempo y la confianza le envalentonaron para exigir a los clientes un aumento en la cuota mensual de seguridad sin dar cuenta de ello al gerifalte. Tanto daba, pues pronto quedó al descubierto por la torpeza y palabrería ebria y nocturna del canijo esbirro.

El resultado final se mostraba en aquella sala; y es que el jefazo no toleraba que le mangonearan dos cosas: el dinero y a "sus mujeres".

A nadie sorprendía que, a pesar de todo, el capo costeara el funeral e incluso ofreciera su mansión para cumplir con el velatorio de quien le había traicionado.

Era obvio que, de una forma cruel y sádica, quería dar ejemplo públicamente y sin rubor para dejar meridianamente claro que quien le robaba lo acabaría pagando, y muy caro. 

He ahí la razón del rostro agarrotado de la viuda: la incertidumbre de saber si la deuda ya se consideraba saldada o ella y su hija pequeña se habían convertido en las desgraciadas herederas.

Sea como fuere, el líder de la corporación no mostraría nunca sus cartas antes de saberse ganador. El espectáculo cumpliría el efecto deseado y, al menos en una larga temporada, muchos se guardarían de dar motivos para vestir los zapatos de Míquel el Pulga.

En esas andaban los pensamientos de Navarro cuando cayó en la cuenta de una cara que se resguardaba un paso atrás de la figura del mandamás. 

Inmóvil, se onnubiló con aquella tez blanca y delicada, nariz respingona, labios delgados y mirada inocente. 

Era constante el trasiego de saludos al jefe y a cada uno ella sonreía achinando sus grandes ojos marrones. Navarro escrutaba cada gesto y conforme se sucedían más centraba su atención recorriendo aquel menudo cuerpo envuelto en un vestido ajustado en azul oscuro casi negro.

- Koko, ¿Y esa? - preguntaba Navarro a su ya saciado amigo.

- La nueva del patrón imagino... - contestó al tiempo que sacudía migajas de la solapa de su americana negra con raya diplomática.

- ¿Siguen afuera los maderos?

- Joder, estarían locos si no lo estuvieran. Todos los cabronazos hijos de puta de la ciudad están aquí...incluyéndonos a nosotros...

- Llama y di que aquí se cuece algo.

- ¿Cocer? ¿Pero qué dices? - Koko giró sobre sí mismo cuando cayó en la cuenta - No me jodas Navarro... Vas a conseguir que los dos acabemos como el Pulga...

- Calla y llama coño, que no se va a enterar nadie... - sentenció Navarro mientras Koko, su fiel compañero, agachaba la cabeza y se ausentaba de la sala.

Era Navarro un personaje curioso, su máxima primera era la supervivencia pero se la jugaba a menudo en faroles a veces absurdos y en los que mostraba la seguridad de sentirse por encima de todo y de todos.

- Patrón... - espetó Navarro con respeto al acercarse a éste y los dos tochos que le protegían.

- Mierda Navarro - le soltó uno de ellos antes de que el patrón abriera el pico- no sé por qué te empeñas en llevar esos pantalones si no tienes nada con que rellenarlos, si quieres yo puedo enseñarte con que...

Antes de que terminara la frase, Navarro le agarró con fuerza los genitales con una mano y comenzó a apretar hasta que la tez del tenso matón se volvió morada.

- Escúchame bien, picha floja - le decía Navarro al oído mientras el jefe dejaba actuar a sabiendas de la cagada del matasietes y de la violencia con la que Navarro trataba a quien se burlaba de ella por ser mujer - esta mierda que tienes entre las piernas no sirve ni para picadillo para los cerdos. 

Dolorido y con la respiración retenida, el picha floja se desplomó al suelo encuclillado en cuanto sus huevos se liberaron de la presión.

- Joder Navarro, se lo merecía por bocazas pero podías haber esperado a que salieramos de aquí para no montar una escenita - le recriminó el jefe - llevaros a este despojo humano de aquí - concluyó

Navarro asintió con la cabeza. Esa era la única disculpa que el mafioso obtendría de ella y, a decir verdad, más de lo que este mismo habría esperado. 

Alguien podría pensar que tales consentimientos eran signos de debilidad, pero la contundencia con que Navarro solucionaba los asuntos que la organización le encomendaba compensaban la libertad de la que disfrutaba en ciertos momentos.

De pronto apareció Koko, un tanto sofocado.

- Patrón, tenemos que salir cagando leches, alguien ha dado un soplo de que aquí se está traficando con mierda...

- Su puta... - quedó el lamento en vilo como el mismo jefe al ser asido por las axilas y retirado a rastras de la escena mientras el resto de los asistentes hacían lo propio al tiempo que arrojaban sus armas al piso.

En medio de la locura, Navarro se movió lentamente hasta situarse a la espalda de su objetivo:

- ¿Qué has hecho? - dijo la acompañante aún inmóvil y sin mirar tras de sí

- ¿Porqué crees que he hecho algo? 

- Resulta obvio, todos corren menos tú...

- Y tú tampoco.

- A mí me dijeron que me quedara aquí quietecita y es lo que pienso hacer, pero no sé de qué vas tú.

- Yo de nada, pero si no podía decirte que estás imponente con este vestido azul que llevas es que no merece la pena la vida.

Por Ormuz

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