La desgracia del escritor

(La escena se desarrolla en el salón rústico de una casa de campo. Sobre la mesa de centro descansan dos cafés negros humeantes y la acogedora estancia sólo se ve iluminada por un fuego que crepita en el interior de una chimenea de granito.

Afuera hace un día desapacible, lluvioso y gélido.

Dos individuos miran la lumbre en silencio, el uno frente al otro, sentados sobre dos sillones orejeros)

Interlocutor 1: ¿Ves? Ya estamos aquí.

Interlocutor 2: Joder, tú y tus putas paranoias. ¿Ahora estamos dentro de uno de tus relatos?

(El interlocutor 1 hace una mueca mezcla de satisfacción y arrogancia)

Interlocutor 1: Ya ves, necesitabas que te respondiera a una pregunta y eso voy a hacer...pero a mi manera desde luego porque, en este preciso instante,estarás leyendo esto y viéndote dentro de mi historia, siendo uno de mis personajes pero con la inseguridad de no poder decidir tus propios actos o palabras pues aquí, en este lugar, yo soy Dios creador.

Interlocutor 2: Cabrón, ni siquiera eres creyente...


Interlocutor 1: ¿Te das cuenta? Yo mismo escribí eso que acabas de decir. No luches, sería en vano y una pérdida de tiempo inútil. Déjame acabar cuanto antes que nos irá mejor a los dos.

Interlocutor 2: Dale, venga. Espero que merezca la pena toda esta mierda de previa filosófica...

Interlocutor 1: Todo tiene un fin compadre. 

(El interlocutor 2 agarra la taza con las palmas abiertas para recoger todo el calor que desprende, pega un sorbo corto y se acomoda dispuesto a dejar hacer a su compañero aunque más que por sometimiento, por premura de término de lo que a él le parecía un innecesario y ególatra ejercicio de metafisica)

Interlocutor 1: A lo que íbamos,hiciste una pregunta interesante que merece otra previa:¿Conoces a mi Sempiterna Señora verdad?

Interlocutor 2: Sí claro, es una figura recurrente en tus textos. Con ella te refieres a la soledad.

Interlocutor 1: ¡Eso es! Mi Sempiterna compañera, sempiterna por siempre...

Interlocutor 2: No redundes...

Interlocutor 1: No redundo, alitero... En fin, el caso es que el otro día soñé con ella. No como un ente físico y tangible, sino más bien como una presencia fantasmagórica que me rodeaba en cada momento y que, más que provocar miedo o turbación, me reconfortaba placenteramente, casi hasta el orgasmo.

De pronto, y sin saber muy bien porqué (pues esa es la manera en la que se suceden las cosas en los sueños) salió por la puerta y me abandonó.

Interlocutor 2: Quién...¿la soledad?

Interlocutor 1: Esa misma.

Interlocutor 2: La soledad te dejó solo...desde luego que...yo flipo contigo...

Interlocutor 1: De verdad que te lo estoy contando tal y como sucedió... como sucedió en mi sueño claro. Lo recuerdo tan claramente como si lo estuviera viendo ahora mismo.

Interlocutor 2: Vale, ¿y me cuentas esto por alguna razón?

Interlocutor 1: La duda ofende compadre. Te lo cuento porque es algo que me ha pasado, porque es algo que es mío, porque es algo sobre mí de lo que puedo hablar, sobre lo que puedo escribir y, como puedes comprobar, es lo que acabo de hacer.

Interlocutor 2: Ya...

Interlocutor 1: Antes me dijiste que andabas inmerso en una crisis creativa. Me preguntaste que podías hacer si no eras capaz de escribir nada.

Interlocutor 2: Exacto, ¿y?

          Interlocutor 1:

Si no tienes nada sobre lo que escribir, mejor no escribas nada.

Ormuz.

Comentarios